El call vermell, también conocido fuera de la isla como terra rossa, es un tipo de suelo franco-arcilloso cargado de óxidos de hierro, lo que le confiere su color característico. Es un suelo muy típico de climas mediterráneos, resultado de ciclos alternos de humedad y sequía que han ido modelando su estructura a lo largo del tiempo. No se trata de un terreno uniforme ni universal: su espesor, conservación y evolución dependen de las condiciones geológicas locales, especialmente de los procesos del Cuaternario.
En Mallorca, el call vermell está íntimamente ligado a la vid, y en particular a la variedad Callet, la uva autóctona por excelencia de la isla. Esta relación, más que técnica, es casi simbiótica: el Callet alcanza en estos suelos su máxima expresión, ofreciendo vinos estructurados, longevos y con una personalidad reconocible.
Un suelo que define un paisaje
El call vermell no es solo un recurso agrícola, también es un elemento visual del paisaje mallorquín. Su tono rojo contrasta con el verde de los viñedos y el azul del cielo, creando una estampa única. Los campesinos lo conocen bien: es una tierra que “esmola la rella”, como dice el diccionario Alcover-Moll, es decir, que afila la reja del arado gracias a su alto contenido en grava. A diferencia de los suelos arcillosos blancos, más pegajosos y pesados, el call vermell resulta seco, poroso y trabajable.
Desde antiguo, los payeses han notado la diferencia entre unas tierras y otras. La sabiduría popular ya decía que las ovejas preferían pastar en parcelas de call vermell porque la hierba era más sabrosa. Más allá de la anécdota, estudios recientes han confirmado que estos suelos albergan mayor biodiversidad vegetal que las tierras blancas arcillosas, donde crece más cantidad de hierba pero con menos variedad. Esa diversidad influye, directa e indirectamente, en la calidad del viñedo.
El vínculo con el Callet
El Callet es una variedad de uva negra de origen mallorquín. No se conoce su genealogía exacta, pero todo apunta a un cruce natural entre cepas locales. Es una planta de vigor moderado, porte rastrero, brotación media y maduración tardía. Sus racimos son compactos, con bayas esféricas y de tamaño medio-grande. Aunque es sensible al mildiu y a la podredumbre ácida, resiste bien la sequía, un rasgo clave en el Mediterráneo.
Durante el siglo XX, el Callet fue la base de los vinos jóvenes de consumo rápido. Hoy, gracias a la recuperación de las variedades autóctonas y a una viticultura más consciente, se ha convertido en la uva bandera de Mallorca, capaz de dar vinos de guarda de gran calidad. Y el suelo de call vermell juega un papel decisivo en ese salto.
En suelos más húmedos, como los arcillosos blancos, el Callet tiende a ser demasiado productivo. Esto se traduce en vinos más ligeros, frescos pero menos concentrados, que evolucionan con rapidez. En cambio, en el call vermell, donde la disponibilidad de agua es menor, la planta regula mejor su esfuerzo y concentra más los componentes del fruto. El resultado son vinos estructurados, con cuerpo, capaces de madurar lentamente y ganar complejidad con los años.
Agua, estrés y concentración
Uno de los secretos del call vermell es cómo maneja el agua. En primavera, cuando la planta necesita recursos para crecer, este suelo retiene la humedad suficiente. Pero en verano, en plena maduración de la uva, limita esa disponibilidad, provocando un estrés hídrico controlado que concentra los azúcares, polifenoles y aromas.
El Callet tiene tendencia a inflar la baya si dispone de demasiada agua, diluyendo sus componentes. Por eso, la restricción natural que impone el call vermell se convierte en una ventaja: las uvas resultantes son más pequeñas, más intensas y con mayor equilibrio entre frescor y madurez.
Biodiversidad y vida en el suelo
Más allá del agua, el call vermell destaca por su capacidad de albergar vida. La porosidad de la arcilla, combinada con la presencia de grava, crea un hábitat ideal para hongos, bacterias y microorganismos esenciales para la fertilidad del suelo. Estos organismos participan en la descomposición de la materia orgánica, en el reciclaje de nutrientes y en la formación de una estructura estable y aireada.
La flora que brota en estos terrenos también es significativa. Las leguminosas, como el trébol o la medicago, fijan nitrógeno atmosférico gracias a su simbiosis con el bacterio Rhizobium, enriqueciendo el suelo de manera natural. Un buen nivel de nitrógeno es clave para fermentaciones limpias y aromas frutales en los vinos. La falta de este elemento, en cambio, puede derivar en fermentaciones problemáticas y vinos con notas reductivas.
Otras familias de plantas, como las crucíferas, transforman potasio no asimilable en formas disponibles para la vid, influyendo en el desarrollo vegetativo y la calidad del racimo. Las gramíneas, por su parte, aportan gran cantidad de materia orgánica, estimulando la vida biológica del suelo. La riqueza de especies convierte al call vermell en un ecosistema dinámico que beneficia directamente al viñedo.
Suelos y vinos en diálogo
En el mundo del vino existen muchos ejemplos donde una variedad se asocia íntimamente con un suelo: el Palomino en las albarizas de Jerez, el Sangiovese en los suelos de alberese de Chianti, los Merlot en los arcillo-calcáreos de Saint-Émilion, o la Garnacha en las pizarras del Priorat. En todos los casos, el terroir es mucho más que un suelo: es la suma de factores climáticos, biológicos y humanos.
En Mallorca, el matrimonio entre el Callet y el call vermell es uno de esos casos de éxito. Esta relación produce vinos reconocibles, distintos, con una identidad que los diferencia dentro del panorama español y mediterráneo. Vinos con aromas de fruta madura y especias, frescura equilibrada y una capacidad de guarda sorprendente.
Patrimonio cultural y proyección futura
El call vermell no es solo un suelo agrícola: es un patrimonio cultural. Las generaciones de campesinos que lo han trabajado lo reconocen como parte de su identidad. Ya en 1885, documentos oficiales señalaban que las viñas en tierras de call vermell de Felanitx obtenían ventajas en calidad y en mercado respecto a otras zonas.
Hoy, en plena era del vino globalizado, este tipo de singularidades son las que marcan la diferencia. Mallorca no compite en volumen con grandes regiones, pero sí en autenticidad. La combinación de variedades autóctonas y suelos únicos ofrece un producto irrepetible que gana prestigio en mercados internacionales.
Además, la gestión sostenible del call vermell abre nuevas oportunidades. Su capacidad para mantener coberturas vegetales ricas y diversas lo convierte en aliado de la agroecología. La presencia de materia orgánica, microorganismos y fauna del suelo, como lombrices, fortalece el ecosistema y contribuye a una viticultura más resiliente frente al cambio climático.
El call vermell es mucho más que un suelo rojizo. Es la base sobre la que se construye la singularidad de los vinos mallorquines, especialmente del Callet. Su equilibrio en la gestión del agua, su biodiversidad, su capacidad para concentrar los frutos y la huella cultural que arrastra lo convierten en un símbolo de identidad para la isla.
Allí donde la arcilla blanca da vinos ligeros y de evolución rápida, el call vermell ofrece concentración, estructura y longevidad. Es el aliado perfecto de una variedad que sabe resistir la sequía mediterránea y transformarla en virtud.
En cada copa de Callet nacido en call vermell no solo bebemos vino: bebemos paisaje, historia y futuro. Un futuro en el que Mallorca se posiciona no solo como un destino turístico, sino también como una tierra capaz de hablar con fuerza en el lenguaje del vino.
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