Este año, el epicentro fue el parque de Macanaz, un espacio transformado para acoger lo mejor de las tres Denominaciones de Origen aragonesas: Campo de Borja, Calatayud y Cariñena. Pero más allá de la diversidad de propuestas, quiero contar lo que viví el fin de semana: una experiencia en la que pude catar muchos vinos elaborados con Garnacha aragonesa y en la que disfruté un montón del ambiente.
Primer brindis: Garnacha Libre y Salvaje
Llegué al parque de Macanaz el sábado con ganas de catar, explorar y dejarme llevar por lo que ofrecía la feria. El ambiente invitaba a disfrutar.
Me lancé directamente a probar los vinos de Libre y Salvaje, una bodega que había visitado el día anterior, y que por cierto os recomiendo muchisimo que vayais a verla. Su monovarietal de Garnacha tiene mucha personalidad pero a la vez es muy fresco y fácil de beber. Para mí es un vino “todoterreno” que va bien tanto para acompañar un aperitivo como para una cena formal. Me pareció perfecto para empezar la jornada.
A pocos metros, la caseta de Bodegas Care ofrecía sus propuestas. Otra garnacha muy especial. Redonda, con toques especiados y una acidez equilibrada que la hacía muy fácil de beber. Me encantó ver cómo una misma uva podía expresarse de formas tan distintas dependiendo de la bodega, el suelo y la elaboración.
Croquetas, queso y vino: trío ganador
Y claro, tanta cata abre el apetito. Me dejé seducir por unas croquetas de borrajas y gambas que, sinceramente, fueron de lo mejor que comí. Crujientes por fuera, cremosas por dentro, y con ese sabor vegetal tan típico de Aragón mezclado con el toque salino del marisco. Un maridaje inesperado pero que funcionaba increíble con la garnacha blanca.
También probé un “paquito”, que es un bocadillo de ternasco, muy aragonés. Unos quesos, chorizo y longaniza. Todo estaba muy bien y acompañaba genial con los vinos.
La cata a ciegas: un reto para los sentidos
El momento más emocionante del sábado fue sin duda la cata a ciegas. Nos pusieron un antifaz y tres copas encima de la mesa. La misión: identificar qué vinos eran solo por el gusto y el olfato. Nada de etiquetas, nada de colores. Solo nariz, boca y un poco de intuición.
.jpg)
La dirigía Jonatan Armengol, un experto con una energía arrolladora y una forma muy cercana de explicar sin aburrir. Nos animó a olvidarnos de prejuicios, a confiar en el paladar y a describir lo que sentíamos sin miedo a equivocarnos. Y funcionó. De repente, todo se volvía más intenso: el aroma, la textura, el retrogusto. Hubo un momento gracioso en el que la mitad de los asistentes notaron que un vino era blanco, cuando era un tinto. La verdad que era bastante fresco y podía confundirse con un blanco.
Fue una experiencia divertida, instructiva y única. La repetiría sin dudarlo.
Noche de sábado con música
Con la puesta de sol el ambiente cambió por completo. El parque empezó a llenarse de personas disfrutando de copas de Garnacha y a divertirse mientras escuchaban las música. Caté diferentes vinos de muchas de las bodegas que se presentaron.
Por parte de la DOP Cariñena participaron Bodegas Care, Grandes Vinos y Viñedos, Bodegas San Valero, Bodegas Paniza, Bodega Luis Marín, Bodegas Ignacio Marín, Libre y Salvaje y Bodegas Esteban Martín.
Desde la DOP Campo de Borja llegaron Bodegas Aragonesas, Bodegas Borsao y Bodegas Carlos Valero.
.jpg)
Y representando a la DOP Calatayud, estuvieron Bodegas San Alejandro, Bodega Sommos Garnacha, Bodega La Dolores, 900 Viñas, Bodega San Gregorio y Bodega La Cerrada.
Juntas, estas bodegas ofrecieron una experiencia única para descubrir el carácter y las múltiples expresiones de esta uva tan arraigada a la tierra aragonesa.
Domingo de cócteles y creatividad
El domingo regresé al recinto, esta vez con más calma. Ya conocía el terreno y sabía lo que quería ver: la demostración de cócteles con Garnacha. Una propuesta curiosa que me intrigaba bastante. A veces pensamos en el vino como una bebida estática, para servir en copa y ya. Pero aquí nos demostraron todo lo contrario.

Prepararon tres cócteles diferentes:
Spritz de St-German: delicado, floral y efervescente. Está elaborado con vino frizzante espumoso, agua con gas y lima. Es cítrico y refrescante.
Sangría de Garnacha: un clásico reinventado con fruta fresca macerada, vermut rojo, Cointreau y vino tinto de Garnacha. Refrescante, frutal y mediterráneo.
Collins de Berries con Gin de Garnacha: un trago vibrante, colorido y muy aromático. Está elaborado con ginebra de Garnacha, limón, sirope y frutos del bosque. Es un cóctel ácido, con toques afrutados y muy refrescante.
No era solo beber, era descubrir nuevas formas de disfrutar de esta variedad de uva, la Garnacha. Y eso resume perfectamente lo que propone este festival: tradición y vanguardia en cada trago.
Un paseo por Macanaz: arte, viñedos y buen rollo
Entre copa y copa, aproveché para recorrer todo el recinto. Había un mercado boutique con creaciones de ilustradores locales, camisetas con diseños inspirados en la garnacha, bisutería hecha con corchos reciclados y hasta jabones con aroma a vino. El ambiente era relajado, familiar, acogedor. La terraza con vistas al Pilar estaba llena, el photocall gigante con forma de etiqueta de vino era parada obligatoria para selfies, y el jardín con 129 vides centenarias plantadas allí mismo parecía un pequeño viñedo urbano.
.jpg)
La Garnacha, más que una uva
Este festival no es solo una feria para beber. Es una declaración de intenciones. Zaragoza quiere convertirse en referente internacional del enoturismo, y este evento es una apuesta clara por conseguirlo. Pero también es una forma de reivindicar el valor local, de poner en el centro algo tan nuestro como la garnacha.
Porque esta uva no es una moda pasajera. Tiene historia, tiene identidad y tiene un futuro enorme. Aragón concentra el 25% de la producción de garnacha de toda España, y gracias a iniciativas como esta, empieza a posicionarse donde merece: en el mapa mundial del vino.
Más que vino: cultura, música y ciudad
Durante el fin de semana, el parque de Macanaz fue mucho más que un punto de cata. Hubo conciertos con bandas locales como Sopelana o Los Cracks del 29, talleres, shows de cocina, y hasta cine. Era imposible aburrirse. Y lo mejor: cada actividad giraba en torno al vino, pero sin encerrarse en él. Se notaba una voluntad clara de abrir la cultura vinícola a todos los públicos, sin elitismos, sin barreras.
.jpg)
En un momento donde muchas ciudades apuestan por eventos clónicos, Zaragoza ha dado con una fórmula original: un festival urbano, participativo, con raíces y con proyección.Es un encuentro con la tierra, con la cultura, con los sentidos. Es una forma distinta de mirar tu ciudad y descubrirla desde una copa.
Y si el año que viene lo repiten (que seguro que sí), allí estaré. Con antifaz, con copa y con ganas de seguir explorando lo que los vinos elaborados con Garnacha de Aragón tienen por ofrecer. ¡Salud!