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Destinos

Visito Campo de Criptana con “Sabor Quijote”: un encuentro con los gigantes de La Mancha

No sé si fue el atardecer sobre los molinos o vivir la experiencia de la molienda en un molino de viento, pero Campo de Criptana tiene algo que te atrapa

Publicado por:
Ana Gómez González

Este fin de semana tuve la suerte de visitar esta localidad manchega gracias al programa “Sabor Quijote”, una iniciativa impulsada por la Diputación de Ciudad Real que busca mostrar lo mejor de esta tierra: su cultura, su historia, su gente y, cómo no, sus vinos y gastronomía.

Atardecer en Campo de Criptana

Viernes: bienvenida con vistas y cena entre gigantes

Llegué a Campo de Criptana el viernes por la tarde. Me recibieron muy bien en El Pósito, donde ya se respiraba ambiente festivo, y poco después subimos hasta la Sierra de los Molinos para ver el atardecer. Me encantan los atardeceres, y este fue un verdadero espectáculo con los molinos como telón de fondo. También hicimos una parada especial en uno de los rincones más auténticos del Albaicín Criptano: la Casa-Cueva de la Pastora Marcela, situada en el Cerro de la Paz. Esta vivienda excavada en la roca conserva su estructura original, con estancias pensadas tanto para la vida doméstica como para guardar animales y grano. Es un ejemplo vivo y funcional de la antigua quintería manchega. 

En la Casa-Cueva de la Pastora Marcela

La jornada culminó con una cena en el restaurante Las Musas, ubicado en la propia sierra. La comida y los vinos me gustaron mucho, pero lo que más se me quedó fue la atmósfera de estar al lado de los molinos que, siglos atrás, inspiraron a Cervantes.

Sábado: entre la harina y el vino

El sábado fuimos testigos de una molienda tradicional en el molino Burleta. Ver cómo el engranaje ancestral cobraba vida fue como abrir una ventana al pasado. Además, el propio proceso fue explicado con rigor y pasión, y eso hizo la experiencia aún más valiosa.

Después nos adentramos en uno de los molinos reconvertido en museo: el Museo de Sara Montiel. Sí, la mítica actriz y cantante nació en Campo de Criptana, y su legado está aquí, conservado con mimo. Allí puedes encontrar algunos de sus trajes, fotografías y el piano de “La violetera”. Una mujer adelantada a su tiempo, retratada dentro de un molino centenario. 

Después subimos al bus para dirigirnos a dos bodegas de la zona: Bodegas Castiblanque y Bodega Vínculo. Cada grupo fue a una para disfrutar de la visita y de una cata de vinos. Campo de Criptana, como parte de la Denominación de Origen La Mancha, tiene una riqueza vinícola. A mi me tocó visitar Bodegas Castiblanque. Nos enseñaron el proceso de elaboración del vino y luego pasamos a lo mejor: catarlo. Probamos varios vinos: blanco, rosado y un tinto con crianza. Todos acompañados de explicaciones y algo de picar. 

Descubrí los titos, que me los dieron tostados para acompañar los vinos. Nunca los había comido, así que para quienes no sepáis qué son (como yo hasta hace dos días), los titos son una legumbre tradicional de esta zona, casi desaparecida del uso cotidiano. Con miles de años de historia —se usaban ya en la India hace más de 4.000 años—, en La Mancha han sido básicos tanto en la alimentación humana como en la animal. También se les conoce como almorta, chícharo o guija (Lathyrus sativus).

Dos días de conexión auténtica

Más allá del programa, lo que me llevo de Campo de Criptana es una sensación de proximidad y autenticidad. El lema de “Sabor Quijote” lo define bien: “Tan cerca, tan diferente”. Porque sí, está cerca —a apenas dos horas de Madrid—, pero es diferente en la mejor forma posible.

Durante el acto institucional del viernes, en la Sierra de los Molinos, se habló mucho del impacto del programa: más de 1,2 millones de visualizaciones en redes, récord de pernoctaciones en la provincia, el auge del turismo rural en Ciudad Real… Pero al margen de los números, lo que más me impresionó fue la conexión de la gente con su tierra. Autoridades, vecinos, creadores, todos hablaban con orgullo sincero del lugar. Y no es para menos.

La programación del fin de semana también incluyó una ruta teatralizada por el barrio del Albaicín Criptano, un concierto del grupo Maruja Limón dentro del ciclo Airén Fest, y degustaciones de productos locales. Fue una verdadera inmersión cultural y sensorial. Pero lo más valioso no vino en forma de evento: fue el ambiente.

Campo de Criptana tiene mucho encanto. Puedes disfrutar de su gastronomía, visitar sus bodegas o sentarte en una terraza con vistas al molino y sentirte parte de la historia. No lo digo por decir: pienso volver. Este lugar me ha demostrado que el turismo rural, cuando se hace con cariño, puede ser tan enriquecedor como cualquier viaje internacional. No hacen falta grandes distancias para vivir algo diferente.

Gracias a la Diputación de Ciudad Real y al equipo de “Sabor Quijote” por organizar un evento que va más allá de la promoción turística. Lo que están haciendo es contar historias, conectar personas y mostrar lo mejor de una tierra que, durante demasiado tiempo, fue vista como “tierra de paso”. Hoy, con iniciativas como esta, Castilla-La Mancha se reivindica como destino cultural. Y yo, encantado de haber formado parte de esa historia.