Una bodega que es más que un proyecto vinícola: es una manera de entender la tierra, el tiempo y el vino desde un lugar honesto, rebelde y profundamente conectado con la naturaleza. Además ellos son encantadores.
Libre y Salvaje no es solo un nombre
Hay nombres que suenan bonitos, y otros que te preparan para lo que viene. Libre y Salvaje es esto último. Una frase que te da la bienvenida y al mismo tiempo te avisa: aquí no venimos a domar el vino, venimos a acompañarlo. A respetar lo que la tierra da, a escuchar a las viñas, a intervenir solo lo justo para que lo auténtico no se pierda en el camino.
Desde el primer minuto, esa filosofía se nota. Aquí hay pasión. Hay coherencia. Hay tierra en las botas y respeto en las manos.
Almonacid de la Sierra: donde empieza la historia
El pueblo donde se encuentra la bodega tiene historia. Almonacid de la Sierra, en plena Sierra de Algairén, es uno de esos lugares que se sienten más que se describen. Rodeado de montes, viñas viejas y caminos de tierra, parece haberse quedado anclado en un tiempo que va más lento, pero más profundo. El silencio es distinto, el aire más limpio, y todo lo que ves parece tener una razón de estar allí. La bodega está perfectamente integrada en este paisaje. Nada desentona. Nada rompe la armonía.
Una bodega construida con sentido
La construcción de la bodega es uno de los puntos fuertes del proyecto. Funciona en cuatro niveles que permiten elaborar los vinos por gravedad. Esto significa que desde que la uva entra hasta que el vino descansa en las cuevas subterráneas, todo el proceso fluye de forma natural, sin forzar nada. La gravedad reemplaza a las máquinas, y eso se traduce en un trato más delicado, más respetuoso, más consciente.

Y cuando bajas a las cuevas... ahí pasa algo. El silencio, la piedra, la humedad exacta, la temperatura fresca y constante. Todo parece conspirar para que el vino repose, respire y se transforme. Son cuevas ancestrales, cargadas de historia, donde el vino encuentra el ambiente ideal para evolucionar con calma.
Viñas viejas, libres y llenas de historia
Otra cosa que me impactó fue el viñedo. Aquí no hay monocultivos industriales, ni hileras simétricas de clones. Aquí hay viñas viejas, algunas centenarias, que crecen con formas propias, con ramas que parecen esculturas naturales, torcidas por el tiempo y el viento. Están en laderas, entre piedras, muchas veces en condiciones duras. Y sin embargo, ahí están. Resistiendo. Dando uvas pequeñas, intensas, llenas de alma.
Se trabaja con agricultura ecológica y técnicas regenerativas. Nada de herbicidas, nada de químicos agresivos. Se protege la biodiversidad. Se cuida el suelo como un ser vivo más. Cada planta se trata con un respeto casi artesanal. Y eso, como en todo lo importante, no se puede falsificar: se nota.
Vinos que no se disfrazan
Una de las cosas que más me gustó es que aquí no hay maquillaje. Hay vinos que reflejan su tierra. Vinos que pueden ser distintos cada año, pero siempre fieles a su origen.
La cata fue muy interesante. Cada vino contaba una historia distinta.

Camino del Bosque
El primer vino que probé fue Camino del Bosque. Ya el nombre te transporta. Y cuando lo pruebas, lo confirma. Fruta roja, hierbas silvestres, una acidez viva que lo mantiene ágil, pero con una profundidad que no se encuentra en vinos apresurados. Está elaborado por gravedad, como todos los de la casa, y eso le da una finura especial. Me recordó a paseos por senderos de montaña después de la lluvia. Fresco, con nervio, y al mismo tiempo lleno de equilibrio.
Cariñena
Este fue, sin duda, uno de mis favoritos. Un vino con músculo, pero también con elegancia. Representa bien la D.O.P. Cariñena. Hecho en un paraje único, refleja lo mejor de esta variedad: intensidad, profundidad, una mineralidad que habla del suelo pedregoso y un final largo, que se queda contigo. Es un vino que pide comida, pero también conversación.
Garnacha
La garnacha tinta que probé me pareció una maravilla. Tiene ese punto jugoso que enamora, con fruta en su punto justo, taninos suaves y una estructura que la hace muy placentera. Nada empalagosa, nada pesada. Libre y salvaje, como prometen. Un vino que se bebe con gusto, sin prisas, dejando que cada sorbo te cuente algo.
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Garnacha Blanca
Un blanco aromático, con notas de fruta blanca, flores secas y un fondo casi salino. Pero lo mejor es la boca: redonda, con volumen, pero a la vez fresca. Tiene ese equilibrio difícil de encontrar en blancos de zonas cálidas. Una demostración de lo que se puede lograr cuando se trabaja con respeto.
Porretón
Un vino de parcela que representa perfectamente lo que significa la “grandeza de lo pequeño”. Es un nombre que tiene un significado para la familia, ya que el abuelo nació pequeñito y le llamaban “porretón”, una palabra que se utiliza de forma coloquial y local para referirse a una persona pequeña. En este tinto todo está concentrado, medido, trabajado con mimo. Se nota la mano detrás, pero no como artificio, sino como cuidado. Es un vino silencioso, fino, con capas que se van abriendo poco a poco. Me encantó su elegancia contenida, su fondo mineral, y su manera de quedarse en el recuerdo sin estridencias.
Vinos de pueblo, paraje y parcela
Una de las ideas que más me gustó de Libre y Salvaje es cómo dividen sus vinos: de pueblo, de paraje, de parcela. No es una estrategia comercial, es una forma de contar el origen. De ponerle nombre y apellido a cada botella. De dejar claro que no todo vale, y que no es lo mismo una viña que otra, aunque estén cerca.
Esa manera de clasificar no solo ordena, sino que honra la tierra. Porque cada paisaje merece su voz.
Visitar Libre y Salvaje no fue solo una excursión vinícola. Me encontré con un proyecto que cree profundamente en lo que hace. Que apuesta por lo difícil, por lo lento, por lo auténtico. Que no busca agradar a todos, sino ser fiel a su esencia.
No hay prisas. No hay disfraces. Hay tierra, hay historia, hay futuro. Hay una energía que se contagia, y una belleza que no necesita adornos.
Salí de allí con varias botellas bajo el brazo, claro. Pero sobre todo, con una sensación de haber estado en un lugar especial. Un sitio donde el vino no se produce: se cultiva, se escucha, se deja ser.
Si tienes la oportunidad, ve
De verdad, si puedes visitar Libre y Salvaje, hazlo. No es solo una bodega. Es una filosofía viva y una gente majisima. Es un espacio donde la naturaleza manda y el vino se convierte en su mejor intérprete. Ah, también me metí dentro de una barrica.
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