No se trata de una nueva variedad de chocolate ni del café andino que también brilla en esta tierra. El fenómeno tiene otro protagonista inesperado: el aguacate. Y no en forma de guacamole. Aquí se transforma en vino.
De la locura a la botella: el nacimiento del vino de aguacate
El creador de esta rareza que está llamando la atención de turistas de países como Francia, Israel, Italia, Australia, México y España se llama Sao Moro. No es enólogo ni chef. No estudió fermentación en una universidad de renombre ni aprendió técnicas ancestrales de abuelos vinicultores. Es autodidacta, curioso y valiente, justo como se requiere para hacer algo que nunca antes se había intentado en Colombia.
Sao empezó su camino con una heladería artesanal, haciendo malteadas y postres con los productos que abundan en su región: cacao, café, aguacate. Pero la heladería fue solo la puerta. Pronto, se lanzó a experimentar con fermentación, y en ese proceso nació su proyecto: El CacaoTal, un laboratorio de sabores que hoy es parada obligatoria para quienes visitan el municipio. Ahí, entre cerros y fincas, nació el vino de aguacate.
¿A qué sabe un vino de aguacate?
Cuando uno escucha “vino de aguacate” por primera vez, la reacción natural es el escepticismo. ¿Un fruto graso, normalmente salado, convertido en bebida alcohólica?
Pero es ahí donde Sao ha sabido marcar diferencia. No se trata de una bebida densa ni empalagosa. Según explica, el vino de aguacate tiene un sabor suave, ligeramente dulce, con notas sutiles del fruto. A diferencia del vino de uva, no es tánico ni ácido. Tiene una textura ligera, lo que lo hace memorable y fácil de compartir.
Los turistas, que a veces lo prueban solo por curiosidad, terminan comprando botellas para llevar a casa. “Muchos no pueden creer que sea de aguacate hasta que lo prueban. Luego lo quieren para celebraciones especiales o como regalo único”, cuenta Sao.
El motor emocional detrás del proyecto
Lo que convierte a este emprendimiento en algo más profundo que un simple negocio es su origen emocional. Sao, como muchos jóvenes rurales, se fue de su tierra buscando oportunidades. Pero la soledad de su madre y el deseo de construir algo con raíces lo hicieron regresar.
“Quería hacer algo distinto, no copiar lo que ya existía. Así surgió la idea del vino”, relata.
El retorno no fue solo físico. Fue emocional, cultural y productivo. Con El CacaoTal, Sao encontró la forma de reivindicar su municipio y honrar su territorio usando los ingredientes que siempre estuvieron ahí, al alcance de todos, pero que nadie había transformado así.
Hoy, el negocio genera empleo, impulsa el turismo y despierta orgullo local.
Cacao, café y aguacate: los pilares del sabor
San Vicente de Chucurí tiene un patrimonio agrícola de clase mundial. Su cacao ha sido premiado en París por su aroma y sabor, posicionándolo entre los mejores del mundo. Algunas de sus fincas producen los granos utilizados por Don Belgas, la marca que ganó el premio a la mejor tasa de cacao en una cata internacional.
El café tampoco se queda atrás. Aromático, balanceado y con notas únicas de la zona andina, se ha ganado el respeto de baristas y catadores. Y el aguacate, aunque a veces opacado por los otros dos gigantes, es uno de los tesoros mejor guardados del municipio: grande, cremoso, con sabor puro y textura perfecta.
La apuesta de Sao fue simple pero poderosa: en vez de exportar materias primas, convertirlas en experiencias.
Turismo enológico en tierras cacaoteras
El vino de aguacate se ha convertido en un nuevo atractivo turístico de San Vicente de Chucurí. Visitantes extranjeros llegan por la biodiversidad, los senderos de aves, las cascadas y los ríos… pero ahora también por El CacaoTal.
Para muchos, es una experiencia única: no solo prueban vinos diferentes, sino que escuchan de boca del propio Sao la historia detrás de cada botella. El lugar se ha convertido en una especie de santuario de innovación rural, un espacio donde el pasado agrícola se encuentra con el futuro creativo.
Romper esquemas: la innovación desde lo rural
Lo más impresionante de todo este proceso no es solo el producto final, sino el acto de atreverse. Porque en un país donde el campo suele ser relegado a ser proveedor silencioso de materia prima, proyectos como el de Sao rompen el molde.
Aquí no hubo inversión extranjera, incubadoras de startups ni fondos de innovación tecnológica. Solo hubo voluntad, trabajo, y un sentido agudo de identidad local.
Y eso vale oro.
El futuro del vino de aguacate
El crecimiento ha sido constante, aunque Sao no tiene prisa. Prefiere calidad antes que volumen. Por ahora, sus vinos se venden principalmente en su finca y a través de canales directos con visitantes. Pero el interés internacional ha comenzado a golpear su puerta.
Con turistas llevando botellas a Europa, Asia y Oceanía, la fama del vino de aguacate está cruzando fronteras. Sao sabe que hay potencial, pero quiere escalar con cuidado. “No quiero que se pierda lo artesanal. Que la gente sienta que está tomando algo único, hecho con alma.”
En el mediano plazo, espera conseguir las certificaciones necesarias para exportar a mercados específicos. También está trabajando en mejorar la presentación, crear nuevas líneas con mezclas (como aguacate con maracuyá o cacao), y abrir una pequeña sala de degustación profesional.
Un símbolo de lo posible
La historia del vino de aguacate de San Vicente de Chucurí no es solo la anécdota pintoresca de un emprendedor. Es una muestra de cómo la innovación puede surgir desde el campo, con las manos de alguien que conoce su tierra y confía en su intuición.
Es también una lección de marketing territorial. Hoy, El CacaoTal no solo vende vino. Vende historia, paisaje, emoción y diferencia. Vende una experiencia que conecta a los visitantes con el alma de San Vicente.
Como dice Sao:
“El que viene a San Vicente y no visita El CacaoTal… es como si no hubiera venido”.
¿Te animas a probar el vino de aguacate?
Si estás buscando una experiencia única, de esas que no se encuentran en las guías turísticas tradicionales, San Vicente de Chucurí te espera.