No se trata de simples recipientes: son verdaderos gigantes de barro que durante siglos dieron forma a la identidad de este municipio manchego.
En Villarrobledo, las tinajas no solo guardaban vino, también moldearon la economía local, marcaron las costumbres de sus gentes y transformaron el paisaje urbano. Este oficio, considerado uno de los más singulares de la Península Ibérica, es memoria viva de un tiempo en que el barro, el fuego y la paciencia sostenían la vida cotidiana.
En las próximas líneas compartiré lo que aprendí en mi visita al Centro de Interpretación de la Alfarería Tinajera y lo que recoge la investigación de María Dolores García Gómez (Cuatro siglos de alfarería tinajera en Villarrobledo, 1993).
Orígenes: entre la herencia islámica y los moriscos deportados
Aunque el uso de recipientes cerámicos para almacenar líquidos se remonta a íberos y romanos, el verdadero impulso tinajero en Villarrobledo parece vincularse a la herencia árabe y a la llegada de poblaciones moriscas deportadas tras la rebelión de las Alpujarras en el siglo XVI.
La tradición cerámica musulmana influyó directamente en las formas, técnicas y decoraciones de las primeras tinajas. Se sabe que, en 1571, más de 350 moriscos fueron asentados en Villarrobledo, muchos de ellos con oficios ligados al barro (tejeros, ladrilleros, alfareros). Este trasvase de conocimientos, sumado a la excelente calidad de las arcillas locales, sentó las bases de un oficio que en poco tiempo se consolidó.
Primeras referencias documentales
La primera mención clara de tinajas fabricadas en Villarrobledo aparece en 1627, en el Arancel de Reformas y Precios del partido de San Clemente. Allí se fija el precio de las tinajas en 22 maravedíes por arroba de capacidad. Es decir: desde entonces se valoraban no solo como objetos, sino por la cantidad de vino que podían contener.
En los siglos XVII y XVIII, el crecimiento de la producción vinícola en la Mancha exigió recipientes cada vez mayores. Si en el medievo las tinajas apenas superaban el metro de altura y podían contener entre 3 y 15 arrobas, en el siglo XIX ya existían tinajas de 350 arrobas (unos 5.600 litros), e incluso piezas gigantescas de hasta 700 arrobas.
La fabricación de las tinajas: arte y resistencia
El proceso de construcción de una tinaja era largo, arduo y minucioso. Según el estudio de García Gómez, se componía de varias etapas:
- Localización y extracción de arcilla: los pozos de barro de Villarrobledo ofrecían un material de gran plasticidad y resistencia.
- Levantado de la tinaja: con la técnica de churros, avanzando poco a poco.
- Instrumentos: paletas de madera, sogas, moldes y herramientas metálicas.
- Secado: semanas de reposo protegido para evitar grietas.
- Cocción en horno: fase crítica, con días de trabajo y un calor constante.
- Transporte: mover tinajas de varios metros requería cuadrillas enteras.
Una sociedad alrededor del barro
La alfarería tinajera no era solo un oficio: era una forma de vida. Villarrobledo llegó a tener barrios enteros dedicados a los tinajeros, con nombres como Alfarerías Altas, Alfarerías Bajas o Calle Tinajeros.
Estos artesanos formaban un grupo social peculiar, con reconocimiento, costumbres propias y un fuerte orgullo gremial. Incluso en las fiestas, las tinajas eran símbolo de abundancia y prosperidad.
Economía y comercio
En los siglos XIX y XX, la producción tinajera alcanzó su máximo esplendor gracias a la expansión vitivinícola. Villarrobledo fue uno de los principales productores de vino de la Mancha, y sus bodegas necesitaban tinajas cada vez más grandes.
Se levantaron fábricas con decenas de hornos y se organizó un comercio regional: las tinajas de Villarrobledo llegaban a toda España y competían con centros como Lucena o Castuera.
La decadencia: del barro al cemento
La crisis llegó en la segunda mitad del siglo XX, cuando los depósitos de cemento, hierro y acero inoxidable desplazaron a las tinajas de barro. Eran más baratos, higiénicos y fáciles de transportar. En pocas décadas, la producción tinajera prácticamente desapareció.
El legado: patrimonio cultural y memoria
Hoy la alfarería tinajera de Villarrobledo se reconoce como patrimonio cultural. Museos, archivos y colecciones conservan piezas y documentos que recuerdan su importancia.
Las tinajas se han convertido en símbolos identitarios, en piezas decorativas que embellecen patios y plazas, y en objetos de admiración que nos hablan de la paciencia, el ingenio y la fuerza de quienes las fabricaron.