Sin embargo, existe una joya vitivinícola en el corazón de los Andes que, silenciosa pero resilientemente, ha cultivado uvas y producido vino durante más de cuatro siglos: el Perú. Hace un par de meses estuve allí, y volví completamente enamorada del país.
I. Raíces coloniales: la vid llega a América
El origen de la vitivinicultura en el Perú se remonta a mediados del siglo XVI, apenas unas décadas después de la llegada de los conquistadores españoles. Con ellos llegó no solo la espada y la cruz, sino también la vid. Según registros históricos, el primer cultivo de vid en Sudamérica se dio en el Perú, posiblemente en la región de Ica, hacia 1540. Los primeros sarmientos llegaron desde las Islas Canarias, adaptándose con sorprendente éxito al clima costeño.
El desarrollo del vino fue rápido y floreciente. Las órdenes religiosas, especialmente los jesuitas, desempeñaron un papel crucial en este proceso. No solo cultivaban uvas para el consumo, sino también para la producción de vino con fines litúrgicos. Así nació una tradición agrícola y espiritual que se entrelazaría con la identidad del país.
II. El oro líquido del Virreinato
Durante los siglos XVI y XVII, el Perú se consolidó como uno de los principales productores de vino del continente americano. Ciudades como Ica, Moquegua, Arequipa y Lima no solo cultivaban vid, sino que producían vinos que eran exportados a Panamá, Ecuador y otros virreinatos vecinos.
La bebida se convirtió en un símbolo de estatus y sofisticación, consumida tanto en casas virreinales como en tabernas populares. Algunos cronistas mencionaban que el vino peruano tenía un sabor tan peculiar como placentero, resultado del terruño desértico y las técnicas artesanales. No obstante, este auge pronto se vería truncado por factores externos.
III. La sombra de la Corona: prohibiciones y decadencia
Con el paso del tiempo, el florecimiento del vino peruano se convirtió en una amenaza económica para los productores españoles. La Corona, preocupada por la competencia americana, impuso medidas que restringían la exportación de vino desde el Perú hacia otras colonias y hacia la metrópoli. Se privilegió el comercio de vinos peninsulares, lo que asfixió progresivamente a la industria local. A estas restricciones se sumaron fenómenos naturales como terremotos y sequías, así como el crecimiento del aguardiente de uva —el hoy célebre pisco— como alternativa de mayor valor económico. Poco a poco, el vino quedó relegado, pasando de un producto masivo a una tradición casi olvidada.
IV. De la supervivencia al renacimiento
Durante los siglos XIX y gran parte del XX, la vitivinicultura en el Perú languideció. Solo algunas familias mantuvieron la tradición de forma artesanal, sin mayores pretensiones comerciales. No fue hasta las últimas décadas del siglo XX que se empezó a notar un tímido pero decidido renacer del vino peruano. Gracias a esfuerzos de viticultores visionarios, apoyo académico y un redescubrimiento del valor patrimonial de la vitivinicultura, se han comenzado a recuperar cepas antiguas, modernizar procesos y posicionar al vino peruano en mercados selectos. El enfoque se ha desplazado de la cantidad a la calidad, con bodegas que producen vinos boutique, en ediciones limitadas pero con altos estándares.
V. Terruños únicos: geografía y clima
Uno de los aspectos más fascinantes del vino peruano es su procedencia. A diferencia de los grandes valles vinícolas del mundo ubicados en latitudes templadas, la mayoría de la vid peruana se cultiva cerca del trópico de Capricornio. Sin embargo, el desierto costero del sur peruano, con su marcada oscilación térmica diaria, baja humedad y suelos arenosos, ofrece condiciones ideales para una viticultura única. Regiones como Ica, Moquegua, Arequipa e incluso Lima, cuentan con microclimas que favorecen el desarrollo de vinos singulares. La altitud, el uso tradicional de riego por acequias y la cercanía al mar crean un entorno que da como resultado vinos de carácter intenso, aromas frutales y acidez equilibrada.
VI. Uvas, estilos y propuestas actuales
Entre las uvas más cultivadas en el Perú destacan variedades internacionales como Cabernet Sauvignon, Malbec, Syrah, Sauvignon Blanc y Chardonnay, pero también se han preservado cepas criollas como la Negra Criolla. El vino peruano actual se caracteriza por su diversidad estilística. Hay vinos jóvenes y frescos, ideales para el consumo cotidiano, pero también vinos de guarda, elaborados con técnicas como la crianza en barrica francesa o la fermentación con levaduras autóctonas. Algunas bodegas incluso han experimentado con vinos naranjas y pet-nats, apuntando a un público más audaz y conocedor.
VII. Bodegas referentes
Varias bodegas han asumido el liderazgo en esta nueva etapa del vino peruano. Entre ellas destacan:
Tacama (Ica): una de las más antiguas del continente, con una mezcla de tradición e innovación.
Queirolo: reconocida tanto por sus piscos como por su línea de vinos premium.
Intipalka: marca de Viñas Queirolo que ha conquistado premios internacionales.
Bodega Murga y Biondi: proyectos independientes con una fuerte identidad local y enfoque ecológico.
Estas bodegas han conseguido posicionarse en concursos internacionales, demostrando que Perú tiene un potencial aún inexplorado en el mundo del vino.
VIII. Cultura, identidad y desafíos
El vino no solo es una bebida: es un portador de identidad. En el Perú, su historia está estrechamente ligada a la colonización, la religiosidad, la resistencia económica y la creatividad agrícola. Revivir el vino peruano implica también recuperar una parte de nuestra memoria colectiva. Sin embargo, los desafíos persisten. La limitada superficie de viñedos, el cambio climático, la falta de una política nacional vitivinícola clara y la escasa visibilidad internacional siguen siendo obstáculos. A pesar de ello, el compromiso de productores, investigadores y promotores culturales es esperanzador.
IX. Hacia un vino con denominación de origen
Así como el pisco ha logrado su Denominación de Origen, muchos expertos consideran que el vino peruano debería aspirar a lo mismo. Establecer criterios de calidad, control geográfico y estándares productivos no solo elevaría la competitividad del vino nacional, sino que protegería el patrimonio frente a la apropiación y estandarización global. Iniciativas académicas como las de la Universidad Ricardo Palma, que ha publicado estudios históricos clave sobre la vitivinicultura peruana, son pasos en esa dirección.
Beber vino peruano es, en muchos sentidos, un acto de resistencia y memoria. Es conectar con una tradición que sobrevivió a la censura, al olvido y al desinterés, pero que hoy se presenta como una expresión auténtica de terroir, creatividad y pasión. Cada sorbo de un vino hecho en Ica o Moquegua cuenta una historia: de inmigrantes, de monjes, de agricultores, de visionarios. Y aunque aún queda camino por recorrer, lo cierto es que el vino peruano ha dejado de ser una curiosidad arqueológica para convertirse en una promesa tangible de sabor, cultura y orgullo nacional.
¿Por dónde empezar?
Si te interesa adentrarte en este mundo, te recomiendo visitar bodegas en Ica o Moquegua, participar en catas de vinos peruanos de la mano de Pedro Cuenca Espinoza (Instagram Perú Hace Vino) o simplemente adquirir una botella de vino nacional en tu próxima compra. Con cada copa, no solo disfrutarás de un buen vino, sino también de un pedazo de la historia del Perú.