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Ciencia

El sexo de los viñedos: cuando la vid era más libre

Antes de que las vides se clonaran en masa y las cepas se injertaran por rendimiento, existía otra vid. Más libre. Más salvaje. Más sexual.

Publicado por:
Ana Gómez González

Se llama Vitis vinifera subsp. sylvestris, y es la madre olvidada de todas las variedades cultivadas que hoy llenan las copas del mundo. Su peculiaridad: es dioica. Hay machos y hembras. Para dar fruto, necesita una pareja. Y eso hace que cada cruce, cada semilla, cada baya, sea única.

Este rasgo sexual –tan poco valorado hoy– fue durante milenios la clave de su fuerza evolutiva. Pero en algún momento de la historia, cuando el ser humano empezó a domesticarla, el sexo dejó de ser útil. El cultivo necesitaba eficiencia, y así nació la vid hermafrodita: productiva, controlable, solitaria.

En este post, viajamos al pasado para entender cómo era el sexo de los viñedos cuando la vid era libre.

La importancia de trepar para sobrevivir

La vid silvestre evolucionó como liana heliófila. Su impulso más básico es alcanzar la luz. Lo hace enroscándose en árboles, trepando sin parar. Es la metáfora perfecta del deseo: se estira, se aferra, se curva para sobrevivir. Y sobrevive. Desde el Pleistoceno hasta hoy, pasando por glaciaciones y domesticaciones. Durante milenios, creció libre en los bosques, y los humanos la recolectaban para alimentarse, calentarse y embriagarse. En el yacimiento de Abric Romaní, los neandertales ya usaban su madera para hacer fuego. En el Holoceno, las últimas tribus mesolíticas aún la comían. Y después vino la domesticación.

Domesticación: cuando el sexo fue un estorbo

El gran giro ocurrió cuando los humanos seleccionaron plantas hermafroditas. Las machos no daban frutos. Las hembras necesitaban a los machos. Pero las hermafroditas eran autosuficientes. Plantas “completas” que podían fecundarse solas. Perfectas para la agricultura.

Así, la sexualidad original de la vid fue sustituida por otro modelo más eficiente. Lo que antes era un sistema cooperativo se volvió una línea de ensamblaje. El resultado: millones de hectáreas de clones que dan uva tras uva sin necesidad de compañía. Adiós al erotismo de los bosques.

Sin la silvestre, no habría vino. Pero hoy, no tiene protección legal en España. En cambio, sí la tiene en países como Francia, Alemania o Hungría. Aquí, en el país con más superficie de viñedo del mundo, la madre ha sido abandonada. Poco a poco, las poblaciones naturales han desaparecido por incendios, obras, pesticidas o simple indiferencia. 

¿Los viñedos del futuro serán silvestres?

Las vides silvestres no solo son valiosas por nostalgia. Son genéticamente resilientes. Pueden aguantar suelos calcáreos, encharcamientos, y mantener acidez y color en condiciones extremas. Algunas microvinificaciones han llegado a un 14,5% de alcohol con una riqueza de antocianos que haría palidecer a una Syrah.

En un mundo que se calienta y que exige vinos distintos, estas plantas ofrecen soluciones. Podrían servir como nuevos portainjertos resistentes, o como base para crear variedades autóctonas mejoradas. Su alto contenido de polifenoles y su acidez natural son oro puro en tiempos de cambio climático.

Otras aplicaciones de la vid silvestre

La vid silvestre también ha sido usada como medicina sexual, diurética, ocular y digestiva. Sus hojas curaban, su savia era tónica, su fruto, remedio. Con sus ramas se hacían cuerdas y con sus bayas, vinagre, vino y agraz. En la Serranía de Grazalema, aún hasta hace 20 años, se recolectaban para vinagre casero.

Y en los funerales antiguos, sus semillas eran ofrenda. En tumbas íberas y romanas se han encontrado pepitas silvestres. El vino, símbolo de tránsito, de eternidad, de comunión. 

La biodiversidad colapsa

Hoy, el sistema de denominaciones de origen y el mercado global están forzando la homogeneización varietal. Cabernets, Chardonnays, Merlots y Syrahs ocupan el espacio de nuestras variedades autóctonas. Mientras tanto, la biodiversidad colapsa y surgen nuevas plagas, hongos de madera, ácaros e insectos que atacan viñas debilitadas por el monocultivo. Es urgente redescubrir y proteger la biodiversidad sexual y genética de la vid. No solo para el vino, sino para el equilibrio del ecosistema. Para la belleza de lo natural. Para rescatar el erotismo olvidado de una especie que, contra todo pronóstico, sigue viva, trepando árboles y esperando su oportunidad.